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La trascendencia de la corrupción traspasa las barreras administrativas, económicas y financieras, convirtiéndose para las naciones en un peligro que amenaza no solo a la democracia, porque puede llegar hasta la transformación de la cultura. En nuestras naciones se habla mucho de corrupción y de corruptos, es un tema complejo que hay que analizar con detenimiento, en un contexto donde todos los ciudadanos que ocupan un puesto público son sospechosos de ser corruptos. Claro, que en la óptica de quienes observan desde sus propios contextos y acomodamientos conceptuales.

Algunos hablan de moral y no soportan un examen superfluo de su conducta en la familia, el trabajo o la comunidad en donde se desempeñan como ciudadanos.

En la América hispana contemporánea, la moral institucional no se encuentra cimentada sobre piedras angulares de aspectos religiosos o culturales, lo que nos lleva a observar la no existencia de una moral espiritual que sustituya a la moral legal que establecen los códigos del derecho. Uno puede intuir, desde las consecuencias de esta realidad, que, si las personas no se ciñen a las normas establecidas por las leyes y al mismo tiempo carecen de una moral espiritual, pueden verse en la necesidad de inventar normas particulares para sus puntuales conveniencias.

Para muchos, es fácil acomodar las normas a sus intereses, ajustando conveniencias y ocultando realidades intrínsecas.

Pese a que el fenómeno religioso es muy vivencial en nuestros países, porque existen muchas vertientes cristianas y no cristianas (que compiten con la Iglesia Católica), creemos que estas vivencias no están muy vinculadas a los aspectos religiosos propiamente dichos, porque están ausentes de la espiritualidad o de los ritos que acercan al misterio.

Muchos de estos religiosos están llenos de certezas, contraviniendo los preceptos básicos del cristianismo, que buscan a través del misterio alcanzar la espiritualidad.

Y lo creemos de esa manera, debido a que las clases sociales de mayor poder económico no son muy espirituales, debido a las prioridades de su existencia. Puede observarse que su relación y vinculación con los lideres religiosos se desarrollan en la formalidad de las casuales asistencias a las ceremonias, hasta las contribuciones económicas.

Esta relación formal, determina la poca profundidad de estas relaciones o vinculaciones, respecto a las necesidades de un cristiano común, que por demás trascienden lo material.

Entre estas realidades de la existencia social, abundan los ciudadanos que, autoproclamándose cristianos católico o no católico, son parte de la feligresía de una iglesia, de la misma forma que son miembros de una organización de recreo, deportiva o cultural. Faltándole la esencia de la fe y el respeto por la vida cristiana autentica en sencillez y entrega.

Otros ciudadanos asisten a las iglesias como una vía de socialización grupal, más no espiritual. Desde mi óptica, de esta forma se corrompe el fondo de la cristiandad.

Por otro lado, en los barrios y sectores populares, el sentimiento religioso es de mayor intensidad, esta es una verdad sociológica. Pero, este fenómeno ocurre en muchos casos, debido a las deformaciones que ha traído el folklore y el sincretismo, acontecimientos que impregnan halos de magia a las actividades y ritos, alejados de las vivencias de fe y de toda deducción de las actitudes morales que fundamentan las múltiples ideologías cristianas.

Desde mi punto de vista, hemos llegado a un momento de banalidad, en donde para muchos que lideran iglesias, la labor del pastor o sacerdote no es más que un empleo.

Han convertido en oficio las labores apostólicas y proféticas, haciendo de la fe una insignificancia que, a la luz de la población, ayuda a la perdida del valor de la moral cristiana.

La religión es uno de los cimientos de la cultura humana, al desacreditarla, desarrollamos una labor corrupta que entierra muchas de las esencias del hombre en la construcción del mundo social de las distintas generaciones, desde el bautismo de Jesucristo en el Jordán, hasta hoy día.

La corrupción no solo es económica, también existe en lo social, cuando afecta las buenas costumbres, dañando la cultura y afectando en perspectiva a la civilización.

La trascendencia de la corrupción llega al mundo de la política y sacude sus cimientos, sin importar el hecho de que la política sea una ciencia.

Para Juan Pablo Duarte, la política es “la más excelsas de las ciencias” que ha creado el hombre, esa sola conceptualización debió convertir a ese ser humano, en hito universal de los prohombres. Desde esa excelsitud, la política requiere de individuos que la desarrollen en la sociedad, de una forma ético-moral, que motorice una conducta de acción hacia el servicio social.

Los partidos políticos, organizaciones al servicio de la acción política, se han convertido en empresas de lucro sin fin. Y, esa es también una forma de corrupción, pero, una grave forma de corrupción, porque ellos están llamados a trabajar para la sociedad que conforma toda la nación.

Nos encontramos ante un contexto social de crisis que se sitúa muy distante a aquellos tiempos de la poli griega, en donde la condición para desarrollar acciones políticas exigía la separación radical entre lo económico y lo político.

Lo que interesa hoy a muchos lideres de los partidos políticos, es la cantidad de dinero que ingresa a sus organizaciones, no las razones que tiene el ciudadano para no seguirle o para abstenerse de participar en los procesos democráticos de elección de autoridades.

El dinero en la política es de vital importancia en este momento de la historia. Pero, el propósito de ese dinero no busca el enriquecimiento ilícito de alguien, lo que busca es la satisfacción de necesidades perentorias de la gente que se encuentra en vulnerabilidad.

Gente que necesita incentivos para desarrollarse y crecer con miras a ser útil al conglomerado.

La trascendencia de la corrupción traspasa las barreras administrativas, económicas y financieras, porque lacera la conciencia social y baja las expectativas de los ciudadanos.

Por: Francisco Cruz Pascual



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