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En la calidez del amanecer, cuando los primeros rayos del sol acarician mi rostro y la brisa matutina me susurra secretos de la naturaleza, las palabras acuden a mí como un torrente imparable de significados y emociones. En ese instante mágico, en esa comunión íntima con el lenguaje, me sumerjo en un universo paralelo donde las palabras son el hilo conductor que teje los hilos de la realidad y la fantasía. Es en ese preciso momento que el hechizo de las palabras se manifiesta en toda su plenitud, revelando su poder transformador y su capacidad de transportarnos a reinos desconocidos.

Crecí en un entorno sencillo y modesto, donde las palabras eran un lujo escaso y precioso reservado para unos pocos elegidos. La educación, con todos sus matices y desafíos, se convirtió en mi aliada en la búsqueda de ese poderoso instrumento que es el lenguaje. Fue a través de la poesía de los clásicos y la prosa de los maestros que descubrí la magia intrínseca de las palabras, su capacidad para conmover, inspirar y transformar.

En el devenir de mi existencia, he experimentado en carne propia cómo las palabras pueden erigirse como faros de luz en medio de la oscuridad, como salvavidas en medio de la tormenta. Los grandes poetas y escritores, desde los antiguos trovadores hasta los contemporáneos visionarios, han sabido emplear las palabras como herramientas para explorar los rincones más íntimos del alma humana y para desvelar los misterios más profundos del universo.

La belleza de la poesía radica en su capacidad para hechizar al lector, para atraparlo en un remolino de emociones y sensaciones que lo transportan a mundos desconocidos y le permiten explorar las profundidades de su ser. Cada verso, cada estrofa, cada palabra cuidadosamente seleccionada es como un brebaje mágico que despierta los sentidos y abre las puertas de la imaginación.

Desde la poesía de San Juan de la Cruz, con su misticismo y su profunda espiritualidad, hasta la exuberante prosa de Walt Whitman, que celebraba la diversidad y la vitalidad de la vida, los maestros de la palabra han sabido conjurar hechizos inolvidables con sus versos y sus relatos. Siguiendo sus pasos, como aprendiz de brujo en el arte de la escritura, me embarco en un viaje sin retorno hacia los abismos de la creatividad y la expresión artística.

Como escritores y poetas, tenemos la sagrada responsabilidad de utilizar las palabras con sabiduría y discernimiento, de construir puentes que unan corazones y mentes, de ser custodios de la verdad y la belleza que se ocultan en el laberinto del lenguaje. La poesía, con su capacidad para revelar lo oculto y sugerir lo inexpresable, es el vehículo perfecto para explorar los límites de la percepción y la imaginación.

En un mundo convulso y confuso, donde las palabras han sido manipuladas y tergiversadas con fines espurios, debemos reivindicar el poder sanador y transformador de la poesía y la literatura. Como artesanos del verbo, como alquimistas de la palabra, tenemos el deber de preservar la magia de las palabras y de compartirla con aquellos que anhelan descubrir su hechizo embriagador.

Que el hechizo de las palabras nos guíe en este viaje sin rumbo fijo por el vasto océano del lenguaje, que nos inspire a dar forma a mundos nuevos y a explorar horizontes inexplorados con la misma pasión y el mismo asombro de un niño que descubre las maravillas del universo. En cada sílaba, en cada metáfora, en cada imagen poética, se esconde el secreto ancestral de la palabra, esperando ser descifrado por aquellos que poseen el don de la sensibilidad y la intuición.

Así, en la encrucijada de la vida y la creación, me entrego al hechizo de las palabras, me sumerjo en su universo infinito de posibilidades y me dejo llevar por la corriente impetuosa de la inspiración. En cada página escrita, en cada verso hilvanado con cuidado y pasión, renuevo mi pacto con la palabra, ese misterioso conjuro que nos conecta con lo esencial, con lo etéreo, con lo indecible. Porque al final, en la eterna danza de la creación literaria, solo las palabras poseen el poder de trascender el tiempo y el espacio, de erigirse como faros de luz en medio de la oscuridad, de ser, en definitiva, un reflejo fiel de nuestra condición humana.

Feliz día de la poesía.

Por: Marino Beriguete

 

 

 

 

 



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